lunes, 5 de abril de 2010

The Life of Father Bede Griffiths


He dado, por casualidad, con este video de la vida del padre Bede Griffiths. Me ha hecho recordar los días que pasé en ese Ashram en el sur de la India, Shantivanam, cuando regresaba de pasar un tiempo en otro Ashram en el Himalaya. Diás llenos de encuentros con otros "Ashram guest" y de meditación: soledad, silencio, simplicidad... Allí me decidí a escribir lo que venía siendo mi experiencia en la India...
En el principio… Experiencia de Dios, Revelación de Amor


A modo de introducción
En la tradición religiosa de la India existen diferentes formas en la cuales Dios se revela o manifiesta. Una de ellas es por supuesto la Escritura sagrada y otra es también el sonido. Desde las partículas fundamentales constituyentes de la materia hasta las más lejanas galaxias, la Realidad Eterna de Dios reverbera en todo el universo. “OM” es el mantra sagrado por excelencia de la India (mahamantra). En él la India cree que está contenido la totalidad del Misterio de Dios. Cuando un indio recita un mantra no lo hace sin un profundo sentido de respeto ante el Misterio: esta persona se sentará en la posición apropiada, cerrará los ojos, se recogerá en sí mismo. Incluso el laico puede recitar el mantra con toda su energía de manera que puede sentir toda la vibración del mantra y experimentar como la pronunciación del mantra crea inmediatamente un universo en el cual entra en comunión con la divinidad. Rishis (el que ve la realidad tal como es) y munis (el que guarda silencio), en definitiva el hombre religioso de la India ha experimentado a lo largo de los siglos el Espíritu de la divinidad presente en el eco del sonido creativo-originario.

La experiencia
El hombre religioso se ha visto sacudido desde lo más profundo de su ser ante el Poder de una Presencia que para él es real y que aunque haya estado ahí desde siempre se manifiesta provocando en él una emoción inigualable que trastoca los fundamentos de su vida. El deseo de Dios prende fuego en el corazón no tanto ante la visión de las montañas sagradas que desnudas se levantan hacia la conquista del límite glaciar entre Cielo y Tierra sino más bien ante el Reino que ellas mismas esconden y al que todo deseo humano aspira. Allí, desde las entrañas de Él-que-es (cf. Ex 3; 14), en la montaña del encuentro una onda de silencio anega la mente y la suspende en el asombro que descubre el Universo entero sostenido en su mismo fundamento: el Silencio como asiento de todo lo que existe. Como Elías de píe en la montaña ante el Señor, abrazado por el Silencio conquistador de una paz anhelada (cf. 1 Re 19, 4.11.12), consumido por el celo, con el Infinito de un “Señor todopoderoso” como horizonte existencial de una vida que parece retroceder a cada paso (“me buscan para matarme”, v. 10.14), el hombre religioso despierta a la epifanía de Cristo, la voz callada en la que todo lo que existe encuentra su ser: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios” (Jn 1, 1-2).


El hombre religioso atraviesa la noche hacia lo desconocido pero esta vez acompañado por un aura radiante y atraído por la fuerza magnética de una promesa de plenitud. Los temores acompañan el paso del que cruza el umbral hacia lo desconocido, del que salta en la profundidad insondable de Dios. Agarrado a la mano firme de quien lo sostiene y confiado a él se aventura hacia una Presencia oculta en la oscuridad y que seduce con la fuerza de una mirada para al final encontrarse con la luz en la que el guía-Guru y el destino-Absoluto no son más que una misma Realidad: “"Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin", dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que está a punto de llegar, el todopoderoso” (Ap. 1:8). En esa realidad todo se funde por pura gracia pues la voz le dice: “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tiene sed, le daré gratuitamente de la fuente del agua de vida. El vencedor heredará todas las cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo” (Ap. 21, 6-7). En un momento la Presencia reverbera, vibra en todo su ser inundándolo de un amor transformante y paz indeleble. Trascendencia e inmanencia se dan la mano en la intuición sublime de aquella hondura (“somos hechura de Dios” Ef 2,10) que como un agujero negro atraía y de cuya fuerza era imposible escaparse: “así podréis comprender, junto con todos los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo; un amor que supera todo conocimiento y que os llena de la plenitud misma de Dios” (cf. Ef 3,18-19).


El círculo completo: Nada y Todo
En ese Silencio es donde el hombre religioso tiene su morada definitiva, donde el hombre es. Parece como si uno regresase a casa después de un largo viaje y se diese cuenta, por primera vez, que es allí donde él tiene su hogar a tan solo un paso de las preocupaciones y ansiedades de este mundo, el lugar donde uno simplemente es.


Lo que era, es y será, el Silencio creador, la Palabra callada que reverbera con cada átomo del ser no es sino el principio de Amor: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida -- pues la vida fue manifestada y la hemos visto, y testificamos y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó--,lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1:1-3).

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://solitariosensilencio.blogspot.com.ar/2014/12/sat-sanga-con-el-p-bede-griffiths.html