Aparecieron vibrantes partículas fundamentales, que se expandieron, a la vez que se enfriaban y condensaban en nubes de gas bañadas en luz radiante. El Universo siguió expandiéndose y condensándose en giratorios torbellinos de materia y luz: mil millones de galaxias.
Hace cinco mil millones de años, una estrella de una galaxia -nuestro sol- acabó rodeada de materia en forma de planetas. Uno de ellos era la Tierra. En la superficie de ésta, la unión de átomos y la temperatura llegaron a ser justamente las adecuadas para permitir la aparición de agua y rocas sólidas. Se formaron los continentes y las montañas; y en alguna profunda sima húmeda o en el fondo del mar, hace poco más de tres mil millones de años, algunas moléculas alcanzaron el tamaño y la complejidad suficientes para replicarse y convertirse en las primeras motas de vida.
La vida se multiplicó en los mares, diversificándose y haciéndose más y más compleja. hace quinientos millones de años aparecieron criaturas con esqueletos sólidos: los vertebrados. Las algas en los mares y las verdes plantas sobre la tierra modificaron la atmósfera mediante la producción de oxígeno. Luego, hace trescientos millones de años, algunos peces aprendieron a arrastrarse fuera del mar y a vivir en la orilla, en tierra firme, respirando el oxígeno que contenía el aire.
A partir de ese momento, se produjo un multiforme estallido de vida: reptiles y mamíferos (y dinosaurios) en la tierra, reptiles y aves en el aire. En el curso de millones de años, los mamíferos desarrollaron cerebros complejos que los dotaron de la capacidad de aprendizaje. Entre ellos había criaturas que vivían en los árboles . De estos primitivos antepasados terminaron surgiendo los primeros seres humanos, varón y mujer, aunque ello no aconteció hasta hace cuarenta mil años. Comenzaron a conocerse a sí mismos y a saber lo que hacías: no solo tenían conciencia, sino también autoconciencia. Se escuchó la primera palabra, la primera risa. Se hicieron las primeras pinturas. Surgió el primer atisbo de un destino más allá de la muerte... y, al mismo tiempo, los primeros signos de esperanza, pues estas gentes enterraban a sus muertos de forma ritual. Se dirigieron las primeras oraciones al Uno que hizo Todo-lo-que-es y Todo-lo-que-deviene: las primeras experiencias de bondad, belleza y verdad. Pero también de todo lo contrario, ya que los seres humanos eran libres.
Arthur Peacocke, teólogo y boquímico, en Los caminos de la ciencia hacia Dios, Sal Terrae, Santander 2008, pp 23-24.
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